Mi árbol aún está aferrado a la vereda
como obstinado fantasma de familia,
y entre el encaje oscuro de su fronda
brilla la estrella que me guardó de niña.
y entre el encaje oscuro de su fronda
brilla la estrella que me guardó de niña.
Escucha aún mis sueños y las voces
lejanas de la infancia me avecinan
sus flores amarillas, tarde a tarde,
el recuerdo en el alma arremolina.
El arbol de mi calle no está muerto:
cual breves mariposas blanquecinas,
con la lluvia pertinaz de los otoños
todavía me regala sus semillas.
Graciela Seoane
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